La otra noche comprendí cuán infelices somos
Al intentar compartir nuestra soledad con alguien
Vi en el tono de las voces una amargura
que intermitentemente
hablaba de miedo.
Me invitó un café,
Me tendió su mano en el viento.
Me acompañaron sus palabras
Algunas cuadras de cemento hielo,
Sonreí al reencuentro,
caminé por las alturas,
Quise perderme en las profundidades de los ríos,
Asumiendo lo filoso
de las rocas.
Esta tarde no beso ni siquiera a los muertos.
Y eso es tan triste que no podría ser otra cosa.
Conozco de memoria al desconocido trabajo de quedarse en silencio,
Hasta que anochezca
Y lea un libro viejo,
fume una hierba
revise en los cajones para encontrar recuerdos que ya no están.
No se cuál fue el momento que me trajo acá,
Y qué cuentos contará esa,
La de todas las personalidades,
El día de mi muerte.
Solo se que
Caerán todos los pelos al piso,
Quemarán en fuego a los piojos,
Y las peluzas se envolverán entre ellas.
La ropa olerá a humedad y a viejo,
Un niño encontrará mi perfume en algún ropero
Y se lo pondrá.
Nada puede contrastarse con este pánico fructífero,
Nadie es capaz.
Nada de dolor, nada de vacío,
Solamente silencio
Y algo latiente viviendo en este cuerpo.
Haciendo música,
Girando infinitamente,
Exponiéndome al escenario,
Empujándome al escrutinio general.
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