Al mundo se le va el  mundo de las manos, el fabuloso sueño de armas y de poder se disgrega.  Para contrarrestar esta situación de conciencia mundial, la cultura que  no nos merecemos utiliza la lógica del no consenso, tal como lo  esperaríamos para contra atacar. El contra ataque sucede, por un lado y  por otro: los medios atacan, la opinión se multiplica, los grupos  humanos se levantan en vanguardias y retaguardias. En el aire se siente  un olor extraño, como si un monstruo oculto en alguna parte se estuviera  formando. Los tecnócratas sobrevuelan la ciudad en naves robóticas, los  pueblos originarios saludan desde el suelo creyendo que esas naves son  la salvación que toda su vida estuvieron esperando. Las naves aterrizan y  desde ella descienden algunos hombres vestidos de negro que arman un  escenario en el medio de las montañas y comienzan a hablar. En el  discurso que se oye y rebota haciendo eco en medio del paisaje  montañoso, se escuchan conceptos incapaces de entender para los  habitantes de la región. Cuando los “todo poderosos” terminan de hablar,  se oyen aplausos, aplausos vacíos que consienten, sin saberlo, las  mentiras. Al cabo de unos días, en la región se instalan máquinas  gigantescas y los padres de familia son invitados a colaborar con el  futuro seducidos con algún celestial lema de “capacitación y trabajo”.  Todos las familias originarias del lugar comienzan a ser parte de los  nuevos proyectos, algunos muy contentos otros, extrañados. Los hombres  vestidos de negro festejan con manjares y exquisiteces el nuevo éxito de  la industria y el nuevo camino por recorrer de la empresa en unas  modernas carpas instaladas en el lugar. Bajo el rayo de un potente sol,  se ve a lo lejos  un centenar de hombres vestidos de naranja, trabajando  de sol a luna cada día, incesantemente. Su trabajo consiste en utilizar  grandes máquinas que agujerean la tierra para extraer de ella  minerales, piedras preciosas, y algunas otras ricas sustancias cuyo  paradero los trabajadores ignoran. A ellos sólo se les ha destinado una  tarea: el trabajo, el deber, la obligación, la formación para crecer y  ser mejores en un futuro prometido, esas deberían ser sus prioridades.  Cuando los trabajadores llegan a sus casas, están muy cansados, sus  mujeres los esperan ansiosas con la cena, que cada día es un poquito  mejor. No tan diferente a la de antes, pero algo ha cambiado. Al cabo de  unos meses, la situación es la misma, la diferencia es que los  trabajadores ya no tienen fé en sus salvadores. En algo deben estar  fallando, porque la promesa se convierte en un sueño, y la sensación de  no despertar nunca es desesperante. En la región comienza a susurrarse  el caso de algunos niños que se han enfermado. Los médicos no saben cuál  es la causa o la ignoran. Una persona que ha llegado de la Capital  descubre luego de unos días de arduo trabajo en un laboratorio  improvisado, que el agua de la región se ha contaminado con sustancias  tóxicas y mortales. Los niños se han enfermado por beber del agua que  siempre han bebido. Y al parecer, esto es la consecuencia del trabajo en  las minas. Es particular el caso de una familia que ha tenido que  viajar a la capital para protestar sobre todo esto, porque en un año de  trabajo se han enfermado dos de sus cuatro hijos y uno de esos dos está en  muy grave estado, a punto de morir. No hay consuelo, ni solución  inmediata y tampoco respuestas de los hombres vestidos de negro que son  imposibles de contactar. La familia afectada no tiene más sustento para  vivir en la ciudad, entonces instala a modo de protesta una carpa en la  avenida principal de la ciudad y se encadena allí, son fuertes y  admirables. Nadie podría entender que les ha sucedido si no se acercaran  a preguntárselo. Comienzan a llegar más familias afectadas de la misma  región a buscar la medicina que pueda salvar su salud y se suman al  acampe. Al parecer no están solos y nunca lo estuvieron. Es allí cuando  se reúnen las raíces y se refuerzan. Unos a otros se protegen, piensan y  actúan. Esta noticia vuela inmediatamente. Los principales medios de  comunicación de la ciudad se niegan a comunicar lo que está pasando. El  reclamo crece, se suman capitalinos y más gente del interior. Crece la  manada, crece el olor, allá en las minas se sigue trabajando. No se  detienen las extracciones de piedras preciosas,  no se detiene el  trabajo, los hombres vestidos de negro no detienen el aumento de sus  riquezas. Nada se detiene. No hay tiempo, a su vez no es bien visto que  la gente acampe en medio de una Capital tan bella y tan visitada  mundialmente. Luego de unos días de incansable protesta, el hijo  intoxicado de uno de los trabajadores ha muerto en el hospital. La  fuerza de la bronca se levanta: por un lado está la lucha por el otro  aparece la lógica del no consenso que dispara su mejor arma, la más  eficaz y veloz: todo el cuerpo policial y el cuerpo de la gendarmería se  une y saca a la luz al gran monstruo hediento que estuvo oculto en  alguna parte hasta ese momento. Los trabajadores de las tierras  originarias comienzan a ser reprimidos en sus protestas realizadas en  sus mismas tierras y en la Capital. Varios, son asesinados; otros,  encarcelados.
Brenda A. Garrido
/Cielo
 
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