jueves, 26 de enero de 2012

Crónica del futuro de hoy

Al mundo se le va el mundo de las manos, el fabuloso sueño de armas y de poder se disgrega. Para contrarrestar esta situación de conciencia mundial, la cultura que no nos merecemos utiliza la lógica del no consenso, tal como lo esperaríamos para contra atacar. El contra ataque sucede, por un lado y por otro: los medios atacan, la opinión se multiplica, los grupos humanos se levantan en vanguardias y retaguardias. En el aire se siente un olor extraño, como si un monstruo oculto en alguna parte se estuviera formando. Los tecnócratas sobrevuelan la ciudad en naves robóticas, los pueblos originarios saludan desde el suelo creyendo que esas naves son la salvación que toda su vida estuvieron esperando. Las naves aterrizan y desde ella descienden algunos hombres vestidos de negro que arman un escenario en el medio de las montañas y comienzan a hablar. En el discurso que se oye y rebota haciendo eco en medio del paisaje montañoso, se escuchan conceptos incapaces de entender para los habitantes de la región. Cuando los “todo poderosos” terminan de hablar, se oyen aplausos, aplausos vacíos que consienten, sin saberlo, las mentiras. Al cabo de unos días, en la región se instalan máquinas gigantescas y los padres de familia son invitados a colaborar con el futuro seducidos con algún celestial lema de “capacitación y trabajo”. Todos las familias originarias del lugar comienzan a ser parte de los nuevos proyectos, algunos muy contentos otros, extrañados. Los hombres vestidos de negro festejan con manjares y exquisiteces el nuevo éxito de la industria y el nuevo camino por recorrer de la empresa en unas modernas carpas instaladas en el lugar. Bajo el rayo de un potente sol, se ve a lo lejos  un centenar de hombres vestidos de naranja, trabajando de sol a luna cada día, incesantemente. Su trabajo consiste en utilizar grandes máquinas que agujerean la tierra para extraer de ella minerales, piedras preciosas, y algunas otras ricas sustancias cuyo paradero los trabajadores ignoran. A ellos sólo se les ha destinado una tarea: el trabajo, el deber, la obligación, la formación para crecer y ser mejores en un futuro prometido, esas deberían ser sus prioridades. Cuando los trabajadores llegan a sus casas, están muy cansados, sus mujeres los esperan ansiosas con la cena, que cada día es un poquito mejor. No tan diferente a la de antes, pero algo ha cambiado. Al cabo de unos meses, la situación es la misma, la diferencia es que los trabajadores ya no tienen fé en sus salvadores. En algo deben estar fallando, porque la promesa se convierte en un sueño, y la sensación de no despertar nunca es desesperante. En la región comienza a susurrarse el caso de algunos niños que se han enfermado. Los médicos no saben cuál es la causa o la ignoran. Una persona que ha llegado de la Capital descubre luego de unos días de arduo trabajo en un laboratorio improvisado, que el agua de la región se ha contaminado con sustancias tóxicas y mortales. Los niños se han enfermado por beber del agua que siempre han bebido. Y al parecer, esto es la consecuencia del trabajo en las minas. Es particular el caso de una familia que ha tenido que viajar a la capital para protestar sobre todo esto, porque en un año de trabajo se han enfermado dos de sus cuatro hijos y uno de esos dos está en muy grave estado, a punto de morir. No hay consuelo, ni solución inmediata y tampoco respuestas de los hombres vestidos de negro que son imposibles de contactar. La familia afectada no tiene más sustento para vivir en la ciudad, entonces instala a modo de protesta una carpa en la avenida principal de la ciudad y se encadena allí, son fuertes y admirables. Nadie podría entender que les ha sucedido si no se acercaran a preguntárselo. Comienzan a llegar más familias afectadas de la misma región a buscar la medicina que pueda salvar su salud y se suman al acampe. Al parecer no están solos y nunca lo estuvieron. Es allí cuando se reúnen las raíces y se refuerzan. Unos a otros se protegen, piensan y actúan. Esta noticia vuela inmediatamente. Los principales medios de comunicación de la ciudad se niegan a comunicar lo que está pasando. El reclamo crece, se suman capitalinos y más gente del interior. Crece la manada, crece el olor, allá en las minas se sigue trabajando. No se detienen las extracciones de piedras preciosas,  no se detiene el trabajo, los hombres vestidos de negro no detienen el aumento de sus riquezas. Nada se detiene. No hay tiempo, a su vez no es bien visto que la gente acampe en medio de una Capital tan bella y tan visitada mundialmente. Luego de unos días de incansable protesta, el hijo intoxicado de uno de los trabajadores ha muerto en el hospital. La fuerza de la bronca se levanta: por un lado está la lucha por el otro aparece la lógica del no consenso que dispara su mejor arma, la más eficaz y veloz: todo el cuerpo policial y el cuerpo de la gendarmería se une y saca a la luz al gran monstruo hediento que estuvo oculto en alguna parte hasta ese momento. Los trabajadores de las tierras originarias comienzan a ser reprimidos en sus protestas realizadas en sus mismas tierras y en la Capital. Varios, son asesinados; otros, encarcelados.


Brenda A. Garrido
/Cielo

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