Cuando Sole quiere irse
Todo había sido perfecto, incluso la lluvia. Los horneros volaban corriendo a refugiarse debajo de los quinchos y las ranas se lanzaban a nadar en ríos que habían nacido de repente en medio de la calle principal. Barro, barro, barro... Se despidieron por última vez en esa noche: él subió a un ómnibus, y desde la acera ella se quedó mirándolo. El perfume de ambos endulzaba cada gota que chocaba contra el suelo y las cosas, una suave ráfaga de viento dobló en la esquina y lo trajo. El aroma de los calores que emanaba sabía a durazno y a almíbar, o a una sensual caricia en medio de la boca, a un roce de yemas contra unos labios humedecidos y ardientes, como si esa noche todo hediera a un perfume inolvidable que se crea mezclando el viento con la lluvia de verano...
De vez en cuando la calle presentaba escenas como aquella, en las que los actores se robaban todos mis sentidos, incluso la necesidad de estar acompañada, el miedo a estar sola... incluso el silencio. Yo me había quedado detenida sintiendo todo aquello, pensando que podría decirme al respecto de mi soledad soleada y antigua, de mi estado solteron y perfecto.
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