Y justo cuando estaba perdiéndome entre los senderos mentales con todos sus personajes disfrazados de payasos tenebrosos o de monstruos parecidos a los de un túnel de terror, comprendí que mi carro se había desventurado a una velocidad que distorsionaba los rostros, como distorsionaba las ideas. Salí de mi cuarto oscuro y desordenado saltando entre las ropas que estaban en el suelo y esquivando obstáculos, subí a mi bicicleta y salí a andar. La primera pregunta fue ¿Hacia donde voy ahora?, no lo sabía, así que me dejé llevar confiando en que a algún lado podría llegar esa tarde, sabiendo que sea a donde sea que llegara no volvería a retomar el camino anterior, del que hacia unos días estaba saliendo. No sabía bien cuál era el próximo destino, andaba ahora suelta y sin ajustes de tuerca, no había suelo ni había techo, sólo andaba. Ese andar en silencio, a su vez, me sonaba a aterrizaje o a búsqueda. Así que en el aleatorio vuelo sobre el vacío y la nada sólo quedaba yo. ¡Había que hacer algo con eso! Con lo único que me quedaba… con yo. Supuse que en el camino podría, tal vez, cruzar algunas palabras conmigo o, quizás no, pero al menos estaría haciéndome el favor de ir a buscarme. De escucharme. De sentirme. ¿Qué es yo? ¿Qué hace ella? ¿Por qué se lo pregunta? Todas esas habían sido las preguntas durante el trayecto que me estaba arrimando despacio al encuentro con alguna cosa, tan despacio como ese pedalear paciente y sereno -que recorría las calles de un barrio en donde me había criado-, bajo los rayos tibios de un sol de mayo a la hora de la siesta. Era necesaria la expedición al interior para volver a reconocer a aquellas personas que habían pasado todos esos años conmigo, mirarlas lo suficientemente de cerca para reconocer que fui perdiéndoles el rastro. Ya no sentía que tenía un lugar en donde parar a parar. Pero de algún lado yo había salido, así que me metí a inmiscuir esos territorios -a los que a la fuerza- había querido desprender del corazón. Y me encontré, sorprendentemente, con otro ser, al que necesité para reforzar eso que andaba buscando. Es así que me lancé a escribir estas líneas, confiando hoy mas que nunca que la unión hace la fuerza y que no necesitamos confundirnos mucho mas otras formas, está claro que sólo es necesario mirar alrededor de uno un poco, salir del casco, volver a pararse en la vereda como cuando éramos niños y observar al vecino de enfrente, ir a buscar al compañero de ideas para construir una casa de árbol a donde puedan asistir mas niños que jueguen, mas niños que aporten, mas niños que intercambien, mas niños que crezcan y lleguen a la adultez con valores creados en su niñez y recreados en su vida. ¿Cuáles valores? ¿Qué son? ¿Desde dónde empezar a dar un poco de forma o claridad o color a ése panorama monótono y aburrido al que nos tienen acostumbrados (y por ende, ¡inquietos!)? Somos niños buscando mas niños que quieren construir algo que nos llene el corazón de alegría, somos curiosos y estamos en búsqueda de algo nuevo y apasionante, para eso no elegimos quedarnos hipnotizados con la televisión o los rayos laser electrónicos. Creemos e imaginamos. Gracias que podemos darnos cuenta de ello y que deseamos desarrollarlo y contagiarlo, por sobre todas las cosas. ¿Charlar sobre qué? Estamos pensando en el individualismo, en la propiedad privada (en el mío, lo tuyo) eso es un producto histórico de un miedo (generado y regenerado) que nos impuso la desconfianza, la pérdida de sueños, el túnel de distorsiones. Todo ha terminado en desestabilización individual y colectiva. ¿Hacia dónde vamos? Primero, no lo sabemos. Sabemos que somos parte de una historia cuyos cambios no vamos a ver, pero que aquí estamos ahora para ir transformándola. Es necesario tener ganas, tener objetivos (a los que podemos llamar sueños), es necesario no olvidar ni delegar, ni dejarnos confundir ni convencer. Es suficiente con lo que hemos escuchado en nuestro interior; aquello a lo que prestaremos suma atención para saber que “estamos yendo” a un lugar que quizás no lleguemos a conocer pero al que un náufrago llamaría “tierra a la vista”. El ir es un camino de ida que nos pide compromiso con nosotros mismos. Primero, antes que nada, con nosotros; que andamos inquietos buscando algo. Segundo, enlazar mi idea con la tuya – si es que nos sentimos conectados o empujados por un brillo superior al que queremos perseguir y reforzar-. Un brillo al que podríamos lustrar y echar la luz en la oscuridad. (Sobrante sobre faltante). Hemos hablado de “generar la duda en la gente”. Y ese será el nombre de la semilla que elegiremos para luego, continuar con el cambio. Con algún cambio. Las dudas buscarán respuestas ante tantas preguntas, una ayuda, un espacio para contestarse, un ser para charlar y para debatir. La duda es la semillita, el comienzo, la punta de la lengua, es ese “que se yo”. Así iremos llegando a alguna parte, siempre y cuando no dejemos de creer en yo, nos podremos unir a “yo colectivo” para usar la fuerza y poder crear lo que creímos. Nuestras herramientas fundamentales: Cultura entendiendo esta como Arte-Pensamiento-Intercambio-Debate.
Cielo.
esta buenisimo.
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