domingo, 20 de febrero de 2011

Salpicarse de uno.



Pan con mermelada y una pesada taza de café provocan que la mirada posada en la ventana -desde hace ya un buen rato- se torne lejana. ¿Y quién podría venir a discutirme en este preciso instante que las gotas de lluvia que traspasan el tejido de la ventana y salpican mi cara lavada  -recién  despertando- no son el fenómeno más nostálgico y precioso que uno haya visto jamás? Y asomo la nariz para oler el gusto de la lluvia, y aunque a usted le parezca extraño, siento que la lluvia tiene un gusto seco que revitaliza los pulmones liberándolos -al menos imaginariamente- de tanto humo podrido que llevo ahí guardado, enganchado entre los alvéolos. Podría pasar una hora y media mas, aquí sentada, reflexionando sobre la lluvia -y con ella- desde su amenaza hasta su fin y sus secuelas. Estoy presente en mi mente y es ella la que me trajo hasta acá. La había sentido venir silenciosa y astuta, ayer... Ésta mañana cuando me asomé por la puerta balcón de una habitacioncita de la Av. de Mayo y ví desde un tercer piso todo el cielo negro, confirmé mis anteriores sospechas. Miré hacia abajo, el piso lejos y el techo del puesto de diarios se vió pequeño. Lo observé con silenciosa atención. Llegué a calcular una caída sobre aquél, sobreviviendo de la muerte para amortiguar el golpe. Y si, es ese tipo de cosas que uno imagina y no me diga que no. No le voy a creer que nunca pensó que viajando en colectivo éste podría caerse del puente sobre el que iba pasando y usted como un idiota suicida y conciente se tomó fuerte del asiento que tenía adelante y pensó en las probabilidades que tenía de morir esa tarde o en las posibilidades que tenía de morir el que estaba sentado al lado -todos estos pensamientos transcurrían mientras usted relojeaba dónde estaba colgado el martillo de emergencia para romper los vidrios, para escapar de la muerte o del destino que nuestras viejas dicen que tenemos marcado-. Pero se terminó resignando y pensando: "que pase lo que sea que tenga que pasar". Y así como la ve de silenciosa a la lluvia, la vi yo ésta mañana. Y le dije: "ya te andaba esperando a vos por acá", mientras ella seguía escondida detrás de los techos de los edificios viejos, los carteles, los cables y los semáforos... ¡como si uno no la viera venir!. Aunque por ahí escondidos debían andar esos hombres misteriosos que no levantan la cabeza para indagar el cielo, ni a la mañana ni nunca. Que aún no saben que cuando el cielo cambia de color y se pone negro, te está advirtiendo que ese no es un buen día para salir a comprar cigarrillos en zapatillas de lona. Ellos todavía no se habrán dado cuenta de que el vaho pesado y húmedo que se mete desvergonzadamente por las ventanas se llama "olor a lluvia", señores. Y que es como si toda la bronca de la gente que corre en la ciudad se elevara alto y cada vez mas, y todo eso se convirtiera en una masa pegajosa que necesariamente debe ser escupida desde allá, fuerte, con mucho asco, en cualquier momento. Y desde acá abajo la escucho llegar - junto con el sonido que voy haciendo al tragar el café, que está caliente, rico y aromático- Me siento capaz de haber escuchado el "PAC" de la primer gotita que golpeó contra alguna parte de la tierra, tal vez por acá, muy cerca. Y en otra parte del espacio, lentamente cae otra, y así como una percusión infinita de voces que cantan juntas una tormenta, siento el ruido de los autos que se deslizan sobre el agua, la ruta mojada, seduciéndome como un sonido de serpientes que silabean, un sonido "seseante", como harían las susodichas al hablar. Créame que si usted anda triste, la lluvia lo ayudará. Y que si andaba meditabundo, sacará conclusiones al respecto -ya vamos, no "horoscopee" demasiado- .Verá nomás, que si detuviera el reloj unos segundos y con él parase de girar la tierra al mismo tiempo, al mismo instante en que todas las miradas de los hombres se posasen sobre las gotas que resbalan con sublime suavidad sobre un vidrio empañado - el que sea-, ese pan con mermelada que a lo mejor usted también estaba comiendo dejaría de ser eso para convertirse en el mérito de todos sus pensamientos, sus angustias, sus felicidades y sus miedos. Lo mismo le pasó a usted y a mí con ese cigarrillo que se cansó de ser besado inútilmente debajo de la lluvia y que era fruto de nuestra voz en el cerebro, de la misma forma que nuestras reflexiones son el fruto de ese humito que aspiramos y que vamos largando en largas asfixiantes bocanadas - al igual que los pensamientos, las reflexiones, las lágrimas- muriendo lentamente cada vez un poco más y preocupándonos por aquello, cada vez, un poco menos. Más bastaría todo eso para que la última gota de lluvia terminase al unísono con mi última palabra. 
Y "PAC", se acabó. 

Cielo.

jueves, 3 de febrero de 2011

Elefantes mudos

  No te avives

Que ya es tarde.

Y salió corriendo el cuerpo desnudo que andabas buscando vos.

Tardará en caer la última pestaña sobre mi pecho

Y el hambre, las arañas, los corpiños enfrentarán tu ojo frente al mío. 

Sé que sacudirán las olas su enojo conmigo,

Que mi piel sudará rencores como la fiebre suda 

Gotas de rocío.

Y en  un lago de lagartos sentiré frío. 

Sentiré que los bosques más negros 

Que hayas conocido 

Volverán en mi mente, rajarán los bocetos de tu historia conmigo. 

Te encontraré en el retorno como un hueso fétido/dormido 

Mis dientes rechinarán odio y mis besos lamerán tus oídos.  

Silencio, silencio, silencio,  

Verdadero sonido entre montañas de cemento.  

Silencio es cuando el cuerpo siente que lo escucha todo, 

Que no hay tempestad 

No, no hay. 

No se puede callar lo turbio de las calles mudas.



Cielo